El día que dije no a los hombres, cayó una bomba de nitrógeno en mi jardín.
Sentí un terremoto bajo mis pies.
Y llovieron rayos sobre mi cabeza.
Mi cuerpo se transformó.
Y mi corazón se tambaleó.
¿Por qué? Porque no está permitido
Porque no puede ser.
Porque tenía que hacer lo que se esperaba de mí.
Me asignaron un papel que tenía que cumplir hasta la extenuación.
El día que dije NO, MOLESTÓ, malheridos y enfadados, ellos, los “buenos amigos”, se esfumaron, desaparecieron y, de repente mostraron su verdadera cara.
Poco a poco empecé a entender y no me lo podía creer.
Lo que vi:
me asustó,
me sorprendió,
me indignó,
El circo que antes era atractivo ahora era patético y decadente.
¿Cuántas veces dije que sí?
Sí para no molestar
Para no contrariar
Para no pelear
Sí para evadirme
Sí sin voluntad
Sí sin deseo
El día después del NO ellos declararon la guerra y la caza de la bruja.
Sentí el fuego quemando mis pies, subiendo por mis piernas, ardiendo en mi cara.
Cada día ellos me reclamaban, sin pausa, sin piedad, implacables y persistentes como una gota que cae incesantemente sobre la frente como en una tortura china.
Aparentando calma e inteligencia, aunque feroces, decían: “¿Por qué no? Si lo necesito y lo sabes, si puedes, si estás sola ¿por qué no lo haces?”
¿Y acaso soy culpable de no querer?
¿Es pecado mortal no cumplir el deseo ajeno?
¡Qué mundo tan absurdo, tengo que mentir e inventar una pareja escudo, porque una mujer sola no es de nadie y por esto es de todos, me niego!
Pasaban de víctimas a verdugos, y a víctimas otra vez.
El papel del “amigo”, moderno, inteligente, delicadamente paternal, superior, el papel de niño, de señor, todos los personajes me sugerían que estuviera ahí al pie del cañón como una buena amiga que está dispuesta a solucionar su necesidad corporal (que, sin saberlo, es en verdad su necesidad emocional), para resolver su necesidad de necesitar.
Primero hablaban como una sugerencia, luego como una broma, más tarde con seducción, después vino como un orden, como una súplica, como un deber, como un derecho. Una y otra vez como un carrusel de locos, insistían de manera dulce, racional, amistosa, agresiva, irónica, eran inagotables.
Todos se creían dueños de mi cuerpo y de mi mente, se apoderaban de mi verdadera necesidad, ¿Por qué he permitido esto por tanto tiempo? Acaso fui educada para permitir otra cosa.
Con el NO finalmente me mostraba la realidad sin disfraz.
Con el NO me arrebaté mi propio papel de “amiga, mujer, hermana, madre buena”.
Con el NO desperté a mi bruja y poco a poco me conseguí mi libertad. Pero no se engañe, querida amiga, la libertad de decidir necesita permanecer despierta, es una labor diaria y minuciosa porque el deseo ajeno tiene muchas caras y es muy astuto, así que el NO es para vivir en tu SÍ, tiene que ser repensado, revivido, declarado cada día, en cada momento.
El día que dije no a los hombres, renací.